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viernes, 14 de agosto de 2015

Diecisiete | Capítulo 13: Desengaño

Capítulo 13 Desengaño
Ayer estuve llorando a ratos y enfureciéndome.  La última frase que me dijo me mató de tristeza. Creía que la había perdido. Y es que, en estos momentos valoras a la persona que más quieres. Cuando la pierdes. Me dejó consternado, extenuado, impresionado, desengañado.
Mi mente ya preveía que esto se iba a acabar pronto. ¿Quién iba a querer estar con un tipo como yo, incluso a seiscientos kilómetros de distancia? Preguntas de ese tipo me invadían.
Me echaba en la cama media hora, volvía al salón donde convivían mis padres, secándome las lágrimas y de nuevo, me lamentaba en mi habitación.
Me hundían las previsiones que hacía para nuestro futuro: ella iba a seguir su camino, eliminándome de su memoria y a mí me quedarían heridas que luego acabarían cicatrizándose. Pero luego pensaba que la había perdido y golpeaba el colchón con el puño y sin que nadie me oyera, suspiraba. Me fui al lavabo y me miré al espejo para ver mi tez. Efectivamente, mis ojos rojos y envueltos en lágrimas, algunas a su vez no pueden resistir a la caída por la piel.
Pasamos de un extremo a otro: primero enamorándonos y luego (según mis suposiciones) odiándonos. Pensaba que todo el mundo me odiaba. Hasta mis propios amigos. Pensé que había nacido con mala estrella. Pero me callé y dejé de llorar. Morfeo me tranquilizo y me hipnotizó con su mejor arma y a la vez, atenuante de los lloros: el sueño.
Empieza el día de hoy. Me despierto con la decepción, pero un poco más positivo. Creo que debo dejar de lamentarme. Tengo esperanzas y creo que lo que pronunció  debo olvidarlo. De todas formas, tengo los síntomas del desengaño. He sufrido muchas veces este tipo de sentimiento tan propio del adolescente, pero no de una forma tan y tan dura. No se pasa de la noche a la mañana.
Me voy a clases sin ánimos. Mi amigo y compañero de clase ruso, Vladimir, me pregunta por mi estado. No le explico nada. Me mira con su cara peculiar. Quiero olvidarme de ello, pero no puedo. Físicamente, estoy en la clase, pero mentalmente estoy en casa reproduciendo aquellos momentos tan duros y tensos. Creo que la saludaré, tengo esperanzas de que podamos volver a retomar sin ningún tipo de tapujo nuestras magnánimas charlas.
Después del aburrimiento escolar viene hablar con Ainara. Enciendo el móvil y ya tengo un mensaje suyo. Me alegro un poco, sigue acordándose de mí. Me pregunta que qué tal estoy y le respondo que mal. Se preocupa y me pregunta qué si fue por lo que dijo ayer. Sin ninguna duda, le digo que sí. Se disculpa:
-“Perdona, Mikel. Es que no encontré palabras más sutiles que esas. Si te he ofendido, lo siento. No era mi intención. No quiero hacerte daño”.
Al escuchar con mucha atención, me animo un poquito más y tomo la decisión de que no debo dejarla. Es y será mi amiga. No voy a desperdiciar nuestra relación.


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