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miércoles, 30 de diciembre de 2015

Diecisiete | Capítulo 19: Aerografía

Capítulo 19: Aerografía
Desconecto en muchas clases por el poco empeño que los maestros le ponen a las lecciones.
Probablemente, creáis que estoy soñando únicamente en Ainara, pero no es así.
Como otros muchos compañeros tengo en mente a qué universidad y en qué carrera me puedo especializar. Obviamente, eso no se aleja de la realidad. La primera opción no la ratifico rotundamente, pero querría ir a la Universidad de Vitoria, y de la segunda, estoy muy seguro de hacer filología hispánica. De hecho, es mi lengua natal, ya que mis padres no nacieron aquí. Mi madre, para variar, también es vasca (de ahí, mi nombre) y mi padre es castellanoleonés. Yo nací en Lleida, en n hospital bastante conocido en la provincia. Me encanta la literatura en general y algo que he heredado de mi madre, es la pasión por leer y por aprender lenguas, y el castellano, me parece un idioma bastante bello y variopinto.
En fin, a lo que me venía a referir, era algo bastante diferente. De nuevo, me toca la literatura universal y para hacer las actividades que ha mandado el profesor, mejor me pongo me inspiraré en un libro que deseo escribir. El nombre provisional es “Anestesia” y se basa en la historia de un chico de dieciséis años, que después de haber sufrido el rechazo de algunos de sus compañeros de trabajo, se encuentra en un problema bastante complicado de solventar. Para ello, decido escribir con mi dedo índice el título de mi novela: “Anestesia” y lo subrayo con tinta invisible. Anoto la momentánea reseña con una letra ligeramente más reducida y reviso los posibles errores. Después, bajo la cabeza y recojo todas las ideas. Inmediatamente, mi dicharachero profesor plantea una cuestión de gran importancia:
-¿Qué pasa? ¿Apuntas lo que piensas en el aire?
Respondo con un lacónico “sí” y un desafortunado y sobrante “¿Por qué?”
-No sé, quizá te he visto que estabas escribiendo o dibujando.
Se suceden ciertas carcajadas y al coro de la risa, se añade la mía.
Y vuelvo a bajar la cabeza, haciendo ver que estoy trabajando. Entiendo que cualquier persona, no me tomaría por alguien demasiado “normal” por mi acción. Más bien (como dicen en mi casa) me toman “por el pito de un sereno”.
Aunque, admito que la ocurrencia de mi maestro ha sido acertada. Si hubiera sido otro quién moviera el dedo de aquella manera tan extraña cómo lo hacía yo, también me habría reído. Eso sí, sin ánimo de ofender.
Un momento. Se me ocurre una idea bastante buena para mi novela.   

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