Capítulo
13 Desengaño
Ayer estuve llorando a ratos
y enfureciéndome. La última frase que me
dijo me mató de tristeza. Creía que la había perdido. Y es que, en estos
momentos valoras a la persona que más quieres. Cuando la pierdes. Me dejó
consternado, extenuado, impresionado, desengañado.
Mi mente ya preveía que esto
se iba a acabar pronto. ¿Quién iba a querer estar con un tipo como yo, incluso
a seiscientos kilómetros de distancia? Preguntas de ese tipo me invadían.
Me echaba en la cama media
hora, volvía al salón donde convivían mis padres, secándome las lágrimas y de
nuevo, me lamentaba en mi habitación.
Me hundían las previsiones
que hacía para nuestro futuro: ella iba a seguir su camino, eliminándome de su
memoria y a mí me quedarían heridas que luego acabarían cicatrizándose. Pero
luego pensaba que la había perdido y golpeaba el colchón con el puño y sin que
nadie me oyera, suspiraba. Me fui al lavabo y me miré al espejo para ver mi
tez. Efectivamente, mis ojos rojos y envueltos en lágrimas, algunas a su vez no
pueden resistir a la caída por la piel.
Pasamos de un extremo a
otro: primero enamorándonos y luego (según mis suposiciones) odiándonos.
Pensaba que todo el mundo me odiaba. Hasta mis propios amigos. Pensé que había
nacido con mala estrella. Pero me callé y dejé de llorar. Morfeo me tranquilizo
y me hipnotizó con su mejor arma y a la vez, atenuante de los lloros: el sueño.
Empieza el día de hoy. Me
despierto con la decepción, pero un poco más positivo. Creo que debo dejar de
lamentarme. Tengo esperanzas y creo que lo que pronunció debo olvidarlo. De todas formas, tengo los
síntomas del desengaño. He sufrido muchas veces este tipo de sentimiento tan
propio del adolescente, pero no de una forma tan y tan dura. No se pasa de la
noche a la mañana.
Me voy a clases sin ánimos.
Mi amigo y compañero de clase ruso, Vladimir, me pregunta por mi estado. No le
explico nada. Me mira con su cara peculiar. Quiero olvidarme de ello, pero no
puedo. Físicamente, estoy en la clase, pero mentalmente estoy en casa
reproduciendo aquellos momentos tan duros y tensos. Creo que la saludaré, tengo
esperanzas de que podamos volver a retomar sin ningún tipo de tapujo nuestras
magnánimas charlas.
Después del aburrimiento
escolar viene hablar con Ainara. Enciendo el móvil y ya tengo un mensaje suyo.
Me alegro un poco, sigue acordándose de mí. Me pregunta que qué tal estoy y le
respondo que mal. Se preocupa y me pregunta qué si fue por lo que dijo ayer.
Sin ninguna duda, le digo que sí. Se disculpa:
-“Perdona,
Mikel. Es que no encontré palabras más sutiles que esas. Si te he ofendido, lo
siento. No era mi intención. No quiero hacerte daño”.
Al escuchar con mucha
atención, me animo un poquito más y tomo la decisión de que no debo dejarla. Es
y será mi amiga. No voy a desperdiciar nuestra relación.”
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